¡Una tarta de peras y avena es una gustosa manera de combinar…

¿Te gusta escuchar historias? ¡A mí sí, me encantan!
Sobre todo, las historias de familias, las que tienen un valor incalculable. Los relatos de lazos de sangre que cuentan nuestros orígenes y nos conectan a lo largo de una línea cronológica de parentesco.
Muchas veces estas historias son las narraciones de las abuelas o de algunos tíos lejanos; otras son pequeños tesoros escondidos entre los álbumes de fotografías olvidados en algún cajón. Imágenes e instantáneas que dan información sobre determinados momentos históricos y que nos permiten reconstruir las memorias de nuestros ascendientes.
Es la fotografía familiar la que le da a lo cotidiano una permanencia sólida en el tiempo. Gracias a viejas fotos se puede custodiar parte de nuestra historia. Las fotos, junto con los relatos, permiten así transmitir, de generaciones en generaciones, sucesos y hechos que de otra forma irían perdidos para siempre.
Historias de mi familia
Esto es lo que voy a hacer hoy, te voy a llevar atrás en el tiempo. Vamos a hacer un viaje a lo largo de las vidas de las mujeres de la familia de mi madre. Desde mi tatarabuela a mi abuela. Vamos a contar una parte de las historias de mi familia. Las historias de tres grandes mujeres.
He pasado las vacaciones de Semana Santa en Italia en casa de mis padres, un chalet en Lamezia Terme en Calabria, el lugar donde me crie.
Llevaba años sin volver a esta casa, mucho antes de la pandemia. En los últimos años siempre hemos viajado a Italia en verano y cuando vamos en esta temporada pasamos las vacaciones en otro lugar.
Hace poco mis padres vendieron la casa de mi abuela, un palacete del 1400, y trasladaron parte de la decoración a la casa de Lamezia. Así que cuando llegué me encontré con muebles, libros antiguos, tapices, cuadros y objetos de la casa de mi abuela que mi madre no quiso vender.
Entre todo esto había unos álbumes de fotografías y fotos de la familia de mi madre. Una tarde, delante de una taza de té y una tarta de crema de mascarpone y fresas, hojeando las fotos, mi madre me contó unas cuantas historias de la familia. Haciendo especial hincapié en las vidas e historias de las mujeres.
Erminia Pizzi, mi tatarabuela.
Doña Erminia, la abuela de mi abuela, era una noble dama de la ciudad de Reggio Calabria. Situada en la punta de la bota, es una de las ciudades con las vistas más bonitas de Italia. A lo largo de la avenida principal, llamada la milla de oro, tiene una vista privilegiada sobre el estrecho de Messina y Sicilia.
La foto arrugada en blanco y negro, que retrata a Doña Erminia, y que mi madre tiene enmarcada en el salón, es de la segunda mitad del 1800. Con uno de sus mejores vestidos y el abanico atado a la cintura, mi tatarabuela tiene una postura recta y apoya una mano encima de una silla en una pose clásica de la época. Vivía en Roma, se casó en un matrimonio pactado entre los padres de los dos contrayentes y se quedó viuda muy joven.
La 1 Guerra Mundial y la medalla al valor.
Erminia Prizzi tuvo una hija y tres hijos varones, dos de los cuales combatieron en la Primera Guerra Mundial. Uno de ellos, Nicola, fue conmemorado con la medalla de oro al valor en la Gran Guerra del Carso. El Carso es llamado el “matadero Italiano”. Muchas vidas han sido sacrificadas en más de 12 batallas contra los austriacos para ganar terreno y asegurarse un pase en los territorios enemigos sin tener que pasar por los Alpes.
En el Carso, región al confín entre Friuli Venezia Giulia que va desde Gorizia hasta Istría pasando por Trieste, lucharon todos, desde intelectuales hasta simples campesinos. Hombres de gran valor y honor que combatieron de manera muy valiente para rescatar las tierras italianas ocupadas por los austriacos. Es el caso de mi tátara-tío Nicola Prizzi que, por resistir solo al mando de muy pocos soldados contra el enemigo, dio la posibilidad a sus compañeros de replegar y salvarse mientras él iba en contra de una muerte segura. Muerte que le valió la medalla de oro al mérito.
Gracias a la pensión de guerra de Nicola, la tatarabuela Erminia pudo mantener a la familia y permitir a Lillina, la madre de mi abuela, una educación y una dote para poder casarse y así salir de casa.
Lillina Capua, mi bisabuela.
Lillina era una mujer muy guapa y de gran elegancia. La madre Erminia, consiguió para la hija un matrimonio combinado, como el que tuvo ella. El marido, Giuseppe Capua era un médico calabrés de familia rica. Lillina dejó Roma para ir a vivir a la Calabria profunda, tierra mojada por dos mares, el Ionio y el Tirreno, tierra de olivos, de perfumes y contrastes de colores.
Giuseppe Capua era muy muy celoso, tanto que en las ventanas de la casa hizo instalar unas persianas que impedían ser visto pero permitían ver fuera dejando penetrar la luz y el aire para alejar miradas indiscretas. Las famosas celosías, que en Italia toman el nombre de este sentimiento tan arraigado en el sur del país.
Lillina fue madre de 9 hijos, dos murieron y se quedaron siete, 5 mujeres y 2 varones. Se criaron en Calabria, en una villa nobiliaria entre olivos, playas y bergamotas.
Alberto, Antonio, María, Nora, Anna, Meme, y la pequeña Ildegonda apodada Dadda. Mi abuela era la última. Unos hermanos y hermanas muy unidos, que yo he tenido el placer de conocer a todos, excepto a Alberto, el mayor muerto en un atentado mafioso en 1976. Sí, desafortunadamente la Calabria es también eso: sangre, sed de poder y dinero fácil.
Pero, no estoy aquí para hablar de esto, a mi me gustaría seguir con las mujeres de mi familia. Es el turno de mi abuela.
Ildegonda Capua, mi abuela.
La nonna Dadda, como todos la llamábamos, era una mujer muy inteligente y con un gran carácter, fuerte y amable al mismo tiempo. Se quedó huérfana de padre muy pronto y por eso Alberto el mayor de los hermanos Capua la crió como su hija. Ella sufrió mucho después de la muerte del hermano por disparos de escopetas, la que en calabrés llamamos “lupara”.
Desde niñas todas las hermanas fueron enviadas a un internado de monjas en Nápoles para niñas acomodadas. Ella siempre hablaba de los años pasados allí y nos contaba muchas anécdotas y recuerdos como el edificio donde se alojaban, un palacio nobiliario a la orilla del mar con teatro y un jardín en su interior. Todavía recuerdo lo que me contaba sobre los pasteles y dulces de la tradición Partenopea, todo un lujo en aquella época.
Después de la Segunda Guerra Mundial se casó con mi abuelo, el barón Vincenzo Spedalieri. Su matrimonio fue una unión de amor. Para casarse tuvieron que esperar al fin de la guerra, porque mi abuelo fue mandado al frente a combatir.
Mis abuelos se querían muchísimo. Tuvieron dos niñas, la mayor es mi madre. Vivieron en Calabria, donde juntos pasaron más de 60 años cuidando de las tierras que mi abuelo heredó de su familia. Olivos y plantas de cítricos, como naranjas, mandarinas, pero también muchas hectáreas de árboles de albaricoques, melocotones, nectarinas…
Unas vidas, las de mis abuelos, dedicadas a la tierra y lejos de los brillos de la nobleza y de los elegantes palacetes de Roma y Nápoles donde se formaron. Sin embargo, vivieron felices y enamorados, pero esta es otra historia que igual pronto te contaré.
Aquí te dejo esta maravillosa receta de tarta de mascarpone con fresas

Tarta de mascarpone y fresas
Un bizcocho muy esponjoso con una crema suave de mascarpone y nata, decorada con fresas y frutos rojos como arándanos y grosellas.
Equipment
- 1 molde redondo de 20 cm de Ø
Ingredientes
- Para el bizcocho
- 200 gr harina repostería
- 200 gr aceite oliva
- 180 gr azúcar
- 4 huevos
- 1 Yogur griego
- 1 sobre de levadura
- Para la crema de mascarpone
- 250 gr Mascarpone
- 200 gr nata líquida min 35% de grasa
- 180 gr azúcar glass
- fresas
- arándanos
- grosellas
Elaboración paso a paso
- Bate los huevos con el azúcar hasta espumar, tamiza la harina con la levadura.
- Añade el aceite de oliva y el yogur griego a la masa.
- Junta con la harina removiendo bien hasta obtener una masa homogénea.
- Forra el molde con papel de horno. Hornea a 180º durante 35-40 minutos.
- Bate el mascarpone con el azúcar glas y reserva. Bate la nata sin que sea firme, mezcla las dos masas y reserva en la nevera unos 30 minutos más o menos antes de ponerla encima del bizcocho.
- Corta la fruta y después decora al gusto.
Bueno, espero que las historias de las mujeres de mí familia te hayan gustado. A mí, cada vez que las escucho, me dan escalofríos de nostalgia y felicidad.
¿Y tú? ¿Cuáles son las historias de tu familia?
¿Te apetece contarlas y compartirlas?
Te leo
Si te han gustados estas historias y quieres leer más te aconsejo el post de Mandarín Pie: el estilismo culinario permite contar historias
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Ciao ciao
Me encanta!
muchas gracias María
¡Qué suerte que te hayan contado esas historias tan interesantes de tu familia!
Mis padres no me cuentan casi nada.
¡Ya les voy a preguntar!
Gracias por compartirlas
Laura, me encantaría conocer las historias de tu familia.
Me ha encantado. Espero que tengas más historias así de familia. Ojalá todos conociéramos historias de nuestros antepasados.
Muchas gracias Rebeca, tengo muchas historias de familia todavía que contar, poco a poco irán saliendo en mi blog.
Sería guay conocer historias de tu familia.
Me encantan leer y escuchar las historias de familia… la que nos has contado hoy es maravillosa.
Muchas gracias Alex
Que bonito Alexia, este post me ha conmovido!
Gracias Lorena, me alegra leer tus palabras